Einstein – El mayor fraude científico del siglo XX




Presentado como líder de la modernidad y de los tiempos futuros, Einstein no fue más que un pequeño bribón.

Por C. Galicia

Los mitos pueden levantarse y crecer sobre la verdad o, por el contrario, surgir sobre la mentira.


Este último caso es de Albert Einstein. Reconocido hoy por el sistema dominante de valores como el adalid de la paz y de la bondad humana, y reputado por casi todos como el más grande de los sabios conocidos que en el mundo han sido, su aúreo brillo no es más que una vulgar apariencia.
“Este niño es retrasado”

El dictamen del doctor cayó como una losa sobre la pobre Pauline, madre del pequeño que con cuatro años apenas balbuceaba alguna palabra suelta.





Años después nacería su hermana Maya, mucho más despierta e inteligente, y que llegaría a acomplejarle influyendo notablemente en su carácter retraído y en su gran capacidad de resentimiento, en sus pésimas calificaciones escolares, etc…, pero también, por aquello de la “ley de compensación” de Jung y Adler, en ese deseo íntimo y profundo de notoriedad y afirmación (incluso de revancha) que le acompañará toda su vida, y que siempre tratará de disimular con un forzado aspecto inocente e inofensivo.


Cada nuevo fracaso hará crecer en él su resentimiento y rebeldía.



Pequeño Einstein

Así, todavía impúber, acusará a “la máquina educativa alemana” de haberle engañado con creencias religiosas falsas (aunque tampoco le valdría la fe judía de sus padres), o falsificará, ¡¡¡ a los 15 años !!!, un certificado médico para no acudir a clase, e incluso renunciará a los 17 años a la nacionalidad alemana para eludir el servicio militar.


Ya de adulto él mismo reconocerá “no haber pertenecido nunca a mi país (Alemania), ni a mi propia casa, ni a mis amigos ni a mi familia”, sino tan sólo a la “tribu” (el movimiento sionista), como a él mismo le gustaba decir.


Quizás por ello no le importó dar a su hija mayor Lieserl en adopción, sin volver a preocuparse de ella en todo el resto de su vida, ni abandonar a su hijo Eduard, que era enfermo mental, en un psiquiátrico de Suiza sin nunca más volver a interesarse por su salud o su destino, ni maltratar de forma habitual a sus otros hijos tal y como siempre han reconocido, ni abandonar a su familia tras regalar a su mujer todo un rosario interminable de humillaciones y adulterios, regalo con que también obsequió a su segunda esposa, Elsa, etc.


En fin, quien desee conocer la edificante vida privada del “Genio” leerá con provecho el libro de Roger Highfield y Paul Carter titulado The privates lifes of Albert Einstein.


El hombre que había cambiado cuatro veces de nacionalidad (alemana, suiza, alemana de nuevo, británica y norteamericana), se lamentaba de la siguiente forma:


“Quizás mi destino es que siempre me presenten como una bestia negra: soy un judío para los alemanes y un científico alemán para los ingleses“.


Lo más triste de todo es que a sus 17 años el pobre Albert Einstein se siente relegado, solo, socialmente inadaptado y fracasado en su más íntima vocación: llegar a ser un músico virtuoso.



Violinista mediocre

A pesar de pertenecer a una rica familia judía que pudo pagarle las mejores escuelas de música de Munich, Milán y Aarau (Suiza), donde aprenderá el elitista método pestalozziano, a esa edad se dará cuenta que nunca pasará de ser un violinista mediocre. Había que buscar otra cosa.


Tenía que triunfar en la vida como fuera. ¡Sí, eso es! Sería un sabio profesor de matemáticas. Y a pesar de los pésimos resultados obtenidos en sus estudios secundarios, logrará al año siguiente ingresar en la prestigiosa Escuela Politécnica de Zurich.



“Nunca seré doctor”

Pero como las matemáticas no eran su fuerte, se inclinará por la física, logrando licenciarse en 1900 con una nota de 4´91, un aprobado raspado con la necesaria décima por encima del mínimo suficiente para no suspender, siendo su tesina o memoria de licenciatura la que alcance la calificación más baja de todas.


Al año siguiente presentará la tesis doctoral, pero será rechazada. Cambia entonces de tema y se pone manos a la obra, pero resulta otra vez de nuevo un rechazo.


“¡Estoy harto, nunca seré doctor!”, escribía en 1903 a uno de sus amigos.


Sin embargo, su paso por la Politécnica de Zurich no resultará infructuoso. Enseñaban allí, por ventura para él, científicos de la talla de Weber, Wolfer, Hürdwig, Pernet o del gran matemático Herman Minkowski (el compilador de la teoría del espacio cuadrimensional y verdadero autor de la teoría de la relatividad especial). Además, allí conocería a su mujer, Mileva Maric…


Entretanto, Einstein ha comenzado a trabajar en la Oficina Comercial de Patentes de Berna y, aunque sólo lo hace en calidad de técnico de 3ª categoría, eso le permitiría relacionarse con los científicos más importantes de la época y se familiarizará con los éxitos de los nuevos inventos, aumentando su deseo de triunfar.


Al fin, en 1905, consigue ablandar al tribunal con una tesis “breve, anodina y carente del menor interés“ (según comentó uno de los tribunos), titulada Una nueva determinación de las dimensiones moleculares.



¡¡¡ Cinco años para un trabajo de 29 páginas con ideas plagiadas de aquí y de allá !!!

Pero el momento es propicio, idóneo para triunfar, porque el monolítico edificio de la física clásica de Newton se resquebraja por momentos, hace aguas por todos sitios, tocado en su línea de flotación. Además, como él no es nadie, al aventurar hipótesis no arriesga ningún prestigio. Así que, animado por este cúmulo de cosas, el bueno de Albert se enfrasca en el estudio de los grandes del momento: Mach, Lorentz, Weber, Maxwell, Boltzmann, etc., y saca sus propias conclusiones.


Pero a veces la lectura de estos grandes físicos era abstrusa, difícil, cargada de detalles matemáticos. ¿Cómo logró nuestro héroe salir del atolladero una vez y otra careciendo, además, de los conocimientos matemáticos precisos e imprescindibles?


Esta es una pregunta que se han hecho legiones, pero que en verdad tiene una fácil respuesta…



1905, “annus mirabilis”

Año en verdad “milagroso” aquel de 1905 para el joven Einstein. Al menos así lo han calificado todos sus hagiógrafos. Mas, ¿por qué?


Gracias a su relación con el Nobel Wilhelm Wien, jefe de redacción de la prestigiosa revista Annalen der Physik, nuestro genio logra publicar la tesis doctoral antes mencionada seguida de otros cuatro artículos que trastornarán el mundo de la física en particular y toda la epistemología en general.


Uno de los artículos (“Un punto de vista heurístico sobre la producción y propagación de la luz”), donde relacionaba la hipótesis de los “quanta” de Planck (aunque sin citarle, como era su costumbre) con el “fenómeno fotoeléctrico” de Lenard, le hará acreedor en 1922, nada menos, ¡¡¡ al premio Nobel de física !!!


En realidad se le quería premiar por otro artículo titulado Cuerpos movidos electrodinámicamente, donde esbozaba la teoría de la relatividad especial, ya antes expuesta y por separado por Maxwell, Lorentz, Kaufmann, Cherenkof, Poincaré y, sobre todo, por Minkowski, su antiguo profesor de Zurich; pero teniendo en cuenta la poca credibilidad de que gozaba dicha “teoría” entre la comunidad científica, y también porque dicha teoría tenía un número indeterminado de “padres” y no podía ser atribuída a una persona en particular, se juzgó más prudente atribuírselo por la cuántica.



Einstein y sus correligionarios de calaña sionista, liberal, capitalista, mundialista y progresista

Aunque el espaldarazo definitivo como “Pontifex Maximus” de la conciencia universal no le llegará hasta el año 1922 con el Nobel, de hecho, aquellos cuatro artículos de los “Annalen” le dieron un “cachet” y una popularidad inusitada. En todos los círculos científicos e intelectuales de Europa y de América no se hablaba de otra cosa que del joven Einstein y de su “teoría” de la relatividad.


Lo más difícil ya estaba hecho. Había dado con la clave de su tiempo; en una época en que los valores absolutos (amor, honor, patria, familia, Dios…) empezaban a cobrar renovada fuerza en la Europa continental, la idea relativista (aceptable en sí misma), derivando hacia el relativismo subversivo que patrocinará con éxito nuestro “genio”, conmocionará las conciencias y se revelará como un filón inagotable, como el deus ex machina de la causa liberal-capitalista y progresista.


Einstein, al fin, había llegado. Ahora le ofrecían explicar la “Teoría de las radiaciones” en la Universidad de Berna. Y aunque no pueda decirse que sus comienzos como profesor fuesen particularmente brillantes (el primer año sólo se matricularon cuatro alumnos en su asignatura y al año siguiente sólo lo haría uno, el lituano nacionalizado alemán Max Stern), no fue óbice para que, de forma inmediata, se le ofreciera, gracias a los oficios de su buen amigo Kleiner, una plaza de “Privatdozent” en la Universidad de Zurich. Después vendrían Praga, Zurich de nuevo, Berlín, etc.


Año “milagroso” en verdad aquel de 1905, pues ni en los años anteriores ni posteriores a esa fecha volverán a tener sus trabajos ni la altura, ni la originalidad, ni la brillantez (ni tampoco, ojo, el estilo literario) alcanzados por esos cuatro artículos de los “Annalen der Physik”.


Mas a nadie se le oculta que detrás de todo milagro siempre se encuentra un misterio.


¿Cuál era, pues, el misterio de Albert Einstein?



Mileva Einstein, nacida Maric

El primero en sorprenderse por la calidad y la originalidad de aquellos trabajos fue Hermann Minkowski que, como profesor suyo que fue, conocía bastante bien las limitaciones de su antiguo alumno. “¿Einstein? Si hubiera sido Grossman -se decía-, o Wegener, o esa chica tan lista de Mileva… Pero Einstein… que se “fumaba” las clases…“



Todo acabó indicando que las "geniales ideas" pertenecían en realidad a su esposa, Mileva Maric

Sin embargo, factum est illud, y Einstein era su autor… Hasta que en febrero de 1990, en la reunión anual de la American Asociation for the Advancement of Science (AAAS, Asociación Americana para el Avance de la Ciencia), estalló la bomba.


El físico Evans Harris Walker, de Aberdeen (Maryland), y la filóloga Senta Troemel-Ploetz, de la Universidad de Bonn, analizando de forma separada y bajo sus respectivos criterios los trabajos publicados por Einstein en los “Annalen der Physik” en 1905, así como la correspondencia privada entre Einstein y su esposa Mileva, llegaron a la sorprendente conclusión que, tanto las geniales ideas atribuídas al primero, así como el tremendo trabajo de formulación matemática, pertenecían en realidad a su esposa Mileva Einstein, nacida Maric.


Esto explica el sorprendente “bajón” que sufre la obra einsteiniana, tanto en cantidad como en calidad, a partir justamente de 1919, fecha de la separación del matrimonio Einstein.


A partir de entonces, Albert siempre trabajará asociado con otros físicos (como Podolsky, Bose, Nathan, Rose, De Sitter, Infeld, Hoffman, etc.), dando muestras además de una dependencia continua y manifiesta en lo que a formulación matemática se refiere (matemáticos asalariados que trabajaron para él fueron Grossman, Groumer, Lanczos, etc.)


Ernst Strauss recuerda cómo, cuando no entendía algún desarrollo matemático, solía decir: “estoy convencido, pero no convencido”.


Se podrían escribir miles de anécdotas que acreditarían fehacientemente el juicio de Evans H. Walker cuando dice:


“Mileva era mayor que él e inicialmente la líder en iniciativa especulativa“.


Recordemos cómo, por aquel entonces, estudiaba muy poca gente, pudiendo Einstein ingresar fácilmente y ¡¡¡ graduarse !!! en la prestigiosa Politécnica de Zurich.


Sin embargo, Mileva, a la sazón única mujer del curso, tuvo que “dar la talla”, resultando incomparablemente más inteligente y brillante que él. Ambos tenían en común la afición por los clásicos de la física, al igual que un acusado problema de relación social (Mileva era coja de la pierna derecha), lo cual les acercó sentimentalmente. El bribón de Einstein pronto se dio cuenta de que aquella chica era una mina y que, trasladando sus ideas a otros campos (filosofía y política, principalmente), podían tener un buen mercado.


De esta forma, aprovechado sus relaciones y contactos entre la constelación de grupúsculos y cenáculos sionistas, progresistas y mundialistas a los que pertenecía (“Patria Nueva”, “Amigos de la Nueva Rusia”, “Liga del Padronazgo en pro de un Gobierno Mundial”, etc.), le hará encumbrarse.


Un detalle bastante revelador aportado por Senta Troemel-Ploezt es que, cuando Albert y Mileva se separaron en 1919, el decreto de divorció incluyó la cláusula de que, en caso de recibir Einstein algún premio por los artículos publicados en los “Annalen der Physik”, debía entregárselo íntegramente a Mileva.


Y así fue que tres años después Albert Einstein entregó el dinero del premio Nobel a su ex-esposa. Pero lejos de tratarse de un gesto de la proverbial magnaminidad atribuída a “San Alberto Einstein” por sus hagiógrafos, lo fue en realidad por imperativo legal y elemental justicia, toda vez que, como pudo demostrar Mileva ante el juez, Einstein se había estado apropiando desde el periodo inicial de las relaciones (vivieron juntos cinco años antes de casarse) de todos los trabajos e inventos que ella había realizado, valiéndose para ello de su puesto en la oficina de patentes, para patentarlos con su propio nombre e, incluso, ¡¡¡ a nombres de terceros !!!, sin figurar Mileva en ellos para nada, pues, como solía decir el “Genio”:


“Yo no me imagino a una mujer Galileo, ni Kepler, ni Miguel Ángel”.


Pero este asunto no era nuevo, la doctora Troemel-Ploetz, ha demostrado además cómo todo este “affair” fue ya denunciado treinta años antes por el físico serbio y amigo del matrimonio Einsten, Abraham Joffe (Mileva era hija de padres serbios emigrados a Suiza), en un libro en donde testimoniaba haber visto, él mismo, los apuntes y los originales de los manuscritos más tarde publicados en los “Annalen der Physik”, escritos con la caligrafía de Mileva Maric.



Todo evidencia que algo muy gordo y muy turbio se oculta en el mito de Einstein

El simple hecho de que estos sucesos no afecten a la enmarcable figura de “El Genio”, sino que ni siquiera trasciendan y pasen inadvertidos para el gran público, así como el protagonismo alcanzado en la prensa diaria sólo comparable con el ostracismo al que son condenados los científicos disidentes del Dogma, la complicidad de revistas científicas tenidas por “serias” en este feo asunto, así como las cantidades astronómicas de dinero que se gasta Alemania para demostrar… ¿qué?, evidencian per se que algo muy gordo y muy turbio se mueve detrás del mito de Einstein.


Como dice el profesor Thruillier en la revista “La Recherche” (nº 96, enero 1996, pág. 16):


“Todo acontece como si la física relativista fuera, en un dominio particular y concreto, la realización de un programa mucho más amplio: construir un mundo “suprapersonal”, un mundo situado más allá de nuestras sensaciones y nuestras percepciones, pero dotado de una realidad superior“.


Sólo recordemos el papel que en todo este entramado ha jugado el “Council on Foreing Relations” (CFR) de los EEUU, así como la Trilateral.



“Mein Führer ist Cain Weissmann”

Decía Max Weber en “El científico y el político” que “quien hace política pacta con los poderes divinos o diabólicos que acechan en torno al poder… quien busque la salvación de su alma y de los demás se arriesga por el camino de la política, porque el genio de la política vive en tensión con el dios del amor“.


En relación con esta idea, Isidro-Juan Palacios, en la revista “Punto y Coma”, decía que, “también la actividad científica, fuente mágica de poder, ha sido usada por el hombre como vía de usurpación y de autonomía en relación con el espíritu, y por eso también se ha diabolizado”. Parece como si ambas reflexiones hubieran tenido, consciente o inconscientemente, a Einstein como punto de referencia.


“Einstein -reconoce un relativista como Eddington- abolió el infinito, modificó ligeramente sus ecuaciones para hacer que el espacio a grandes distancias resultase curvo, hasta quedar cerrado“.


Y William Popperll, de la Universidad de Columbia, dice que “la luz es para Einstein el nuevo Único, el Absoluto en un mundo donde todo lo demás es relativo“.


Y recapitulando diremos que puesto que ya no existen ni el espacio ni el tiempo por separado, sino el espaciotiempo, es decir el movimiento unido a la velocidad, éste es el concepto fundamental de la física relativista. Por eso ya no hay en el mundo ni reposo ni paz.(…)


El “Genio” atómico había pedido en una carta enviada a Roosevelt la utilización masiva de la bomba de uranio sobre Alemania insistentemente, y no sólo el 2 de agosto de 1939 (antes del estallido de la II Guerra Mundial) como se ha dicho, sino también el 7 de marzo de 1940. 



El "Genio" hizo todo cuanto estuvo en su mano para CONSEGUIR el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki: las dos ciudades católicas del Japón


“Sólo el poder organizado -había dicho para justificarse- puede hacer frente al poder organizado“. Exactamente la misma frase (y en la misma lengua alemana) que Hitler había pronunciado seis años antes, sólo que éste, que iba muy por delante en investigación y tecnología nuclear que el resto de los países, había prohibido expresamente su uso.

Cuando Einstein asistió en 1921 a una convención sionista en Nueva York, proclamó ante diez mil correligionarios:


“Mein Führer ist Cain Weissmann. Folge Ihn. Ich habe Gesprochen” (Mi líder es Cain Weissmann. Síganlo. He dicho”).


Como se ve, “todo es relativo”, sólo depende desde donde se posicione cada uno.



Anexos al artículo

1) Contumancia einsteiniana



En una jugosa e interesante velada (que Heisemberg nos relata en su libro Diálogos sobre la física atómica) celebrada en casa de Böhr en 1932 en Copenhague, Oskar Klein preguntaba lo siguiente a Böhr:

Klein - “¿No es extraño que Einstein tenga tantas grandes dificultades en aceptar el papel del azar en la física cuántica? (…) ¿La rechaza sólo porque el azar es básico en ella?“


Heisemberg – “…es justamente ese carácter básico el que le perturba. Que no sepamos, por ejemplo, cómo se mueven dentro de un puchero lleno de agua cada una de las moléculas de agua, es algo evidente. Por eso, los científicos tenemos que aplicar en este caso la estadística, de modo parecido a como, por ejemplo, lo hace una sociedad de seguros de vida con sus asegurados… En la física clásica se había admitido que se podía seguir el movimiento de cada molécula y determinarlo según las leyes de la mecánica newtoniana… Pero las cosas no suceden así en la mecánica cuántica. No podemos observar sin perturbar el fenómeno que obsevamos, y los efectos cuánticos de esta perturbación llevan por sí mismos a una indeterminación del fenómeno que queremos observar. Esto es lo que Einstein se niega a aceptar. Él considera que se deberían decubrir en el futuro determinados nuevos parámetros de determinación del acontecer… pero esta pretensión es, sin duda alguna, falsa“.


Böhr - “…no estoy plenamente de acuerdo con eso de que la observación perturba el fenómeno. Más bien debería hablarse de la imposibilidad de objetivar el resultado de la observación, tal como se hacía en la física clásica: distintas situaciones de observación son complementarias entre sí, lo cual quiere decir que se excluyen (o complementan mutuamente), que los resultados de una no pueden compararse unívocamente con los de otra… La complementariedad es un aspecto central de la descripción de la naturaleza que había existido siempre, especialmente en la forma dada por Gibbs, pero a la cual no se había prestado la atención suficiente; mientras que Einstein siempre parte del mundo conceptual de la mecánica newtoniana, o de la teoría de campos de Maxwell, y no ha captado los caracteres complementarios en la termodinámica estadística“.


2) Einstein y la bomba atómica

El Proyecto Manhattan sería el encargado, a principios de los años 40, de llevar a cabo la construcción de las primeras bombas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial, bajo el mandato del presidente Roosevelt en los EEUU.

Oppenheimer y Fermi serían dos de las figuras de primerísima fila en el proyecto. Todos sabemos lo que ocurrió después: Hiroshima y Nagasaki fueron completamente destruídas y con ese holocausto quedó inaugurada la era atómica.


Pero no todo fue fácil hasta llegar a aquel instante. Momentos hubo de indecisión, parálisis o pérdidas de tiempo. Y fue en ellos precisamente donde la figura de Albert Einstein jugaría un papel definitivo. Viendo que los progresos sobre la construcción de la bomba iban lentos, los científicos Wigner, Szilard y Tiller, los tres al servicio del poder americano, pidieron a Einstein, ya que gozaba por aquellos años de un notable prestigio internacional, que escribiese al presidente Roosevelt instándole a apoyar sin paliativos las investigaciones para la construcción de la bomba, dotándoles de los medios necesarios. El texto de la carta que Einstein escribió el 2 de agosto, y que le fue entregada en mano al presidente Roosevelt el 11 de octubre de 1939, decía:


“…en el curso de los últimos cuatro meses se ha hecho patente mediante el trabajo de Joliot en Francia, así como de Fermi y Szilard en América, que pueden establecerse reacciones en cadena en una gran masa de uranio, de forma que puedan ser generadas grandes cantidades de energía. Este nuevo fenómeno podría también conducir a la construcción de una bomba de una nueva clase y extremadamente poderosa.


Un nuevo artefacto de este tipo que hiciese explosión en una ciudad o en un puerto podría destruirlos completamente. Un bombardeo masivo de este tipo sobre Alemania garantizará a América una victoria segura en una guerra previsible“.


Como sabemos, la guerra en Europa terminó antes de que las bombas estuviesen listas, pero quedaron preparadas para ser lanzadas sobre el Japón.


Sus efectos devastadores fueron de todos conocidos.


Y de tales efectos se sabe que el propio Einstein se llegó a sentir responsable directo. Fue por ello que volvió a escribir a otro presidente, esta vez a H. Thruman, alarmado no precisamente ante el desarrollo de la bomba de hidrógeno por los norteamericanos, sino ante el anuncio de los sovéticos de desarrollar su propio arsenal nuclear:


“La destrucción de toda la vida sobre la tierra ha entrado dentro del campo de las posibilidades técnicas. Todo parece encuadrarse en esta siniestra marcha de los acontecimientos. Cada paso es consecuencia del anterior, y al final de este camino se perfila cada vez más claramente el espectro de la aniquilación general“…


3) Credo científico de San Alberto Einstein

Citas extraídas de los escritos de Einstein sobre sí mismo (Albert Einstein. Correspondencia 1903/1955. Editorial Hermann, 1962, págs. 8, 12 y 13)

“Einstein, ermitaño de Princeton, el físico que marchó a la búsqueda del movimiento perfecto (como Moisés recibiendo las Tablas de la Ley en el monte Sinaí). Einstein, en la cima de la montaña de Dios, os invita a subir por la escala de Jacob que termina a los pies de Dios“


“La persecución del conocimiento viene a ser una especie de búsqueda mística que nos acerca a la Verdad Suprema. El método científico funda la única verdad que puede prevalerse de razón y objetividad. Yo os muestro la única forma indiscutible de verdad“.


“San Einstein es el Genio místico, el Sumo Sacerdote de la física, el Profeta que os conduce a través de su pasión hacia la verdad y el conocimiento, suprema gracia de nuestra religión cósmica y liberadora, estadio supremo de la ciencia. Mi Gran Obra, sostenida por mis catedrales de las matemáticas, debe haceros descubrir el nuevo paraíso. Por eso es preciso que abandoneis al dios personal (“interviniente” en el curso de los acontecimientos) para así poseer la Verdad-Una“.

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